
No hay piedad para ti, en ti, que vives en palacios y asolas campos llenos de flores, boomerang de las noches, loca de los retiros, vientre acosador del mal y sus destellos. No hay piedad para ti, en ti, piel de leona leonada, fruto salvaje que mi paladar probó, levísimo puñal con que hieres, quieres, pero no hieres. Yo conjuro a la noche, al océano, sus sirenas, algas y amapolas, a que no podrás conmigo. Mi novia se llama Sabiduría, y poderosa es por cierto, tallada en piedra viva, fuerte amante, inasequible al aburrimiento. Ahí te quedas, fiera, mujer, que otros te coman, mareados de aguantarte, que yo tengo pluma, lápiz, papel y libro con que llenar mi corona, imaginación, mente… Mi corona es mi cerebro, mi cuerpo, todo mi ser, y tú sólo consigues que funcione mejor. Nunca mi espada te clavará la vaina. No tendrás esa suerte, esclava del mal y de tu nombre.
Publicado en el blog "Los días de Ícaro".
Eduardo Martínez Rico, 2010
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